jueves

_Un tipo atrapado entre El Vedado y La Habana Vieja

Estábamos los tres esperando en un muro entre 17 y L, cuando se nos paró enfrente una señora y con la mirada en ninguna parte nos pidió que la dejásemos hacer una pregunta. Que si nosotros, que éramos jóvenes y entendíamos de teléfonos, sabíamos si todavía existía aquel contestador automático que le atendía a uno y le decía el número que andaba buscando cuando se hacía una llamada a una línea extranjera equivocadamente. Que le había llamado un señor advirtiéndola de un tipo atrapado en su casa, a tres cuadras del malecón entre El Vedado y La Habana Vieja, y estaba asustada y había salido en su auxilio. Que ahora que lo pensaba era posible que todo aquello se tratase de una burla, dado que el señor se la pasaba molestando y llamando, y que le gustaba gastar ese tipo de bromas pesadas. Que dejáramos que ella lo agarrase un día para que nosotros viéramos que se iba a enterar. Luego empezaron a pasar carros por detrás de la señora y ya no se la escuchaba nada, pero la mujer no dejó nunca de hablar. No parecía atender si la estábamos escuchando, pues ella tampoco nos escuchaba a nosotros. Al rato se fue, con una muleta de madera en la mano, que no usaba ni falta que le hacía, pues caminaba perfectamente. Entonces llegó Ernesto, que era a quien en realidad esperábamos, y Toni le preguntó si él que era el más viejo de los cuatro sabía algo de un contestador, a lo que Ernesto zanjó que lo único que sucedía con esa mujer es que estaba loca. Entramos en una tienda panamericana y compramos una botella de ron. No había mucha gente por ser un miércoles cualquiera y desde nuestro banco podíamos ver las olas romper contra el arrecife y aterrizar en el malecón. Se acercaba el día en que nací y Rodrigo y yo nos despedimos de Toni y Ernesto para coger la guagua que nos devolviera a San Antonio. De camino compramos otra botella y en la guagua gritamos cualquier cosa sin importarnos que cosa era en realidad. Nunca supe que es lo que él gritaba y lo mismo pareciera ocurrirle a él conmigo. Entonces Rodrigo tuvo que bajarse para orinar y yo bajé con él y para cuando me di cuenta ya tenía veinticinco años. 

Hoy soñé que mi madre trataba de llamarme desde el extranjero para felicitarme por mi aniversario y no existía contestador automático que le atendiera y le diese el número que buscaba, y asustada salía a la calle a preguntar a unos muchachos si eso era posible, mientras los tres hacían como que la escuchaban y los carros le pasaban por detrás. Pensé si en realidad esa mujer no estaba loca y nada de lo que le advirtió ese hombre que era Dios fuese una broma. Que el tipo atrapado entre El Vedado y La Habana Vieja no era otro que yo mismo, y ni mi madre ni nadie podría auxiliarme porque en este mundo de gente cuerda que siempre encuentra algo que decir nadie escucha nunca, mientras las olas silentes rompen contra el arrecife y aterrizan muertas en el malecón.

Colección: Cuentos en el metro. David Beltran i Marí. 2016.